En la selva están algunas de las soluciones para la pandemia

© José Álvarez

La  pandemia del COVID-19 se está ensañando con el Perú, incluida la Amazonía. Aunque todavía no tenemos cifras consolidadas de su impacto en comunidades indígenas (en términos de fallecidos, especialmente) ya podemos sacar algunas conclusiones preliminares. Amén de constatar la deplorable situación de la infraestructura de salud en todas las zonas rurales, se sabe que la respuesta de la mayoría de las comunidades inicialmente fue aislarse, implementando una cuarentena que poco a poco se demostró que era imposible mantener por demasiado tiempo. Unas más pronto que otras, las comunidades fueron aceptando el regreso de los emigrantes y de aquellos que la cuarentena sor-prendió de viaje o en alguna ciudad, así como el acceso de comerciantes y otros intermediarios con la ciudad.

La situación dramática de los llama-dos “retornantes”, la mayoría de ellos jóvenes que habían emigrado para encontrar trabajado en la ciudad o en alguna actividad extractiva, caracterizó los primeros meses de la pandemia. Estaban desesperados por volver para conseguir, al menos, los alimentos y el alojamiento que se les negaba en las de pronto hostiles ciudades. Paulatinamente fue-ron apareciendo en sus comunidades, algunos por su cuenta y sin control de salud alguno, otros aprovechando los medios de retorno que organizaron algunos gobiernos regionales; entre ellos llegaron los primeros contagiados. Dadas las prácticas tradicionales de las comunidades (como compartir pates de masato) los contagios pronto se extendieron. Considerando el colapso del sistema de salud en las ciudades, la perspectiva para las comunidades rurales, especialmente en las más alejadas, no pintaba muy auspiciosa. Sin embargo, y pe-se a la grave escasez tanto de  medicinas como de oxígeno para atender a los enfermos más graves, sorprende el escaso número de fallecidos hasta el momento en la mayoría de las comunidades indígenas.

Varios dirigentes indígenas de Loreto (incluyendo los kichwa y achuar del Tigre y del Corrientes, y kichwa del Napo), y de Junín (asháninka de la Selva Central) me informaron que en sus respectivas zonas, pese a que la incidencia del COVID-19 ha sido muy alta (en algunas comunidades prácticamente el 100 % de la gente resultó infectada), la mortalidad ha sido y sigue siendo muy baja. La interpretación de algunos de ellos, que atribuyen esa baja tasa de mortalidad a los hábitos de vida indígena y a la medicina natural, confirma mi hipótesis de que la vida sana, comenzando por una dieta saludable basada en los productos locales de la biodiversidad, y siguiendo con la actividad cotidiana típica de una comunidad indígena (trabajo al aire libre, en la casa y en la chacra, pesca, caza, etc., todo sin mucho estrés), es un elemento muy importante para resistir el COVID, y probablemente otras enfermedades infecciosas provocadas por virus.

Con la pandemia, las comunidades han puesto en práctica sus conocimientos sobre plantas medicinales.

Sabemos que cuando se trata de virus, la clave está en fortalecer las propias defensas del organismo (con alimentos sanos, incluyendo productos naturales, funcionales y nutracéuticos, y ejercicio), ya que no hay propiamente medicamento alguno que consiga eliminar del organismo al agente infeccioso de una forma rápida y definitiva.

Lo ocurrido con estas comunidades contrasta en cierto modo con lo que sabemos que ha ocurrido con el pueblo Shipibo, donde los fallecidos hasta fines de agosto superaban el centenar y medio. Un dirigente involucrado en la lucha contra el COVID-19 me comentó que quizás la razón de este desigual impacto entre los shipibo se debía al cambio de estilo de vida y hábitos de con-sumo: es conocido que muchos shipibos, especialmente los de comunidades cercanas a ciudades como Pucallpa o Atalaya, se dedican a la artesanía y al comercio, han ido dejando progresivamente sus prácticas tradicionales asocia-das con el medio rural y han adquirido costumbres propias de la ciudad: sedentarismo, predominio de consumo de alimentos procesados, ricos en azúcar, sal y grasas saturadas, y pobres en fibras, vita-minas y otros micronutrientes, etc. Me informan que entre los shipibo es bastante alta la incidencia de enfermedades como diabetes, hipertensión y obesidad. Esto es todavía una conjetura, ciertamente, y se requiere de una investigación que muestre si realmente estas condiciones fueron las determinantes de la incidencia diferenciada del COVID-19 en distintas regiones y pueblos.

Las principales causas de la mor-talidad en contagiados por COVID-19 no incluidos en el conocido factor de riesgo de la edad, están asociadas con las llamadas condiciones médicas preexistentes. De acuerdo con el Ministerio de Salud del Perú, el 85 % de los fallecidos por COVID-19 padecían sobrepeso, 43 % eran diabéticos y el 27 % hipertensos. Todas dolencias vinculadas con el estilo de vida sedentario y la dieta moderna basa-da en buena medida en alimentos procesados y ultraprocesados, ricos en azúcar, sal y grasas saturadas. La llamada “comida chatarra” es un buen ejemplo de mala alimentación. A esto hay que añadir el estrés que caracteriza a la vida urbana, que está asociado a enfermedades como la hipertensión arterial, arteroesclerosis, diabetes, inmunosupresión, ansiedad, depresión y algunos tipos de cáncer, todas ellas condiciones de riesgo para los enfermos de COVID-19.

Hábitos saludables, ausencia de estrés y medicina tradicional, las mejores armas contra el COVID 19 en la zona rural.

“Volver a la chacra” fue el consejo que varios dirigentes de organizaciones indígenas dieron a las comunidades. Probablemente para algunos llegó tarde la recomendación, lo cual es muy triste, pero seguro que para otros significó la salvación. Y para las nuevas generaciones es probable que esta pandemia los marque lo suficiente como para repensar el estilo de vida y tomar en serio lo del “Buen Vivir” o “Vida Plena” que preconizan los sabios indígenas. Ese estilo de vida en armonía con la naturaleza y con el entorno social, que caracteriza a las sociedades tradicionales, donde había respeto, armonía, moderación y equilibrio, y más que competencia entre unos y otros, había responsabilidad, solidaridad, colaboración y reciprocidad.

Es sabido que los pueblos amazónicos desarrollaron estrategias de supervivencia en un entorno complejo y frágil como es el amazónico, sin transformar las condiciones naturales ni impactar significativamente en los ecosistemas. La clave está en el aprovechamiento inteligente de la productividad natural tanto de bosques como de ecosistemas acuáticos, adaptándose a las condiciones cambiantes y a la variabilidad estacional. Esto les permitió un nivel de bienestar envidiable para los estándares rurales de muchos otros lugares del planeta: los antropólogos calculan que, en una comunidad indígena tradicional, en las condiciones habituales en las que vivieron los indígenas históricamente (con bosques y ríos bien conservados) el promedio de horas dedicadas al trabajo era de unas cuatro al día. El resto era dedicado en buena medida a socializar con parientes y vecinos. Antonio de León Pinelo, el visitador jesuita que a mediados del siglo XVII recorrió las reducciones jesuíticas del Marañón, quedó tan impresionado por esa “calidad de vida” que observó en las comunidades indígenas que escribió y publicó el libro “El Paraíso en el Nuevo Mundo”, convencido de que el paraíso terrenal había estado y en cierto modo todavía estaba) en esa región del Amazonas.

No es de extrañar que Noam Chomsky llegase a decir: “Es irónico que, de todas las fuerzas líderes en todo el mundo, la que realmente está previniendo un desastre son los pueblos indígenas. Es decir, cada persona que no vive debajo de una roca, sabe que se está enfrentando a una catástrofe ambiental en potencia, y no en un futuro lejano. En todo el mundo, son las comunidades indígenas las que están tratando de combatirlo.”

ALGUNAS LECCIONES APREN-DIDAS DE LA PANDEMIA

Perú es el tercer país de la región con más casos de sobrepeso y obesidad, detrás de México y Chile. Según el Ministerio de Salud, el 53,8 % de peruanos de 15 años a más tiene exceso de peso, y el 18,3 % es obeso. En Lima Metropolitana se concentra casi al 40 % de la población con exceso de peso. Más preocupante todavía es el incremento de la obesidad infantil: en niños de 5 a 9 años llega al 19,3 %. Según los expertos, si un niño es obeso, hay una probabilidad del 80 % de que lo siga siendo cuando llegue a la adultez. La obesidad está aso-ciada con enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión y afecciones cardíacas, que están asociadas también con una mayor tasa de mortalidad por COVID-19.

Lo paradójico de esto es que un número creciente de niños con sobrepeso padecen al mismo tiempo anemia y otras deficiencias, especialmente de Vitamina A, debido a una dieta poco balanceada, y a la deficiente ingestión de micronutrientes. Según un estudio realizado por investigadores de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el 5 % de menores de cinco años obesos padecía anemia, mientras que el 4,2 % presentaba deficiencia de vitamina A.

La clave: revalorar y recuperar la sabiduría, valores y prácticas de los pueblos originarios.

No es posible retornar totalmente al estilo de vida del pasado, obvia-mente, ni siquiera en la Amazonía, donde todavía existen sociedades bastante tradicionales, y donde se puede disponer de recursos abundantes (por ejemplo, las palmeras silvestres y otros árboles productores de frutos comestibles) o con capacidad de recuperarse a mediano plazo  (por  ejemplo,  las  pes- querías, o algunas especies de fauna silvestre). Estos recursos, bien manejados, podrían proporcionar alimentos de buena calidad y posibilidad de ingresos económicos para la mayoría de las comunidades indígenas y ribereñas. Sin embargo, después de varios siglos de explotación insostenible de los recursos naturales, ni las condiciones del en-torno ni la población son las mis-mas, ni tampoco las necesidades de las comunidades, que se han ido integrando al mercado y requieren cada vez más bienes y servicios modernos.

Pero esta pandemia nos debe servir para revalorar y recuperar algo de la sabiduría, valores y prácticas de los pueblos originarios que supieron vivir de una forma mucho  más sostenible en un pasado no tan lejano. El Ministerio del Ambiente ha hecho notar en varios documentos la necesidad de revincularnos con la naturaleza, de retomar algo de ese equilibrio que perdimos hace tiempo en pos de un desarrollo cada vez más artificial y alejado de un en-torno natural en el que la especie humana evolucionó, y para el que estamos genéticamente adaptados. Está claro que no podemos volver a la “normalidad” del pasado reciente, porque la normalidad era el problema.

© José Álvarez Alonso- Dirección General de Diversidad Biológica – MINAM

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