Dialogando con el bosque: En busca de la vida plena
La diversidad biológica comprende la variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otros, los ecosistemas terrestres y marinos y otros ecosistemas acuáticos, ¡así como los complejos ecológicos de los que forman parte; incluyendo la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y en los ecosistemas (Organización de las Naciones Unidas, 1992). La diversidad biológica se manifiesta a nivel ecosistémico, también a nivel de especies y de recursos genéticos, pero no podría ser interpretada ni interiorizada si no existiera la gran diversidad de culturas humanas que evolucionaron con ella y que, en cierta forma, a través de su gestión y manejo, garantizaron su conservación y reproducción en el tiempo (Heckenberger et al., 2007).
Si bien, el concepto de diversidad biológica es global, actualmente son 17 los países que albergan más de las dos terceras partes de toda esa diversidad (Mittermeier, 1997). Perú, con un 13% del territorio amazónico, es uno de los siete países megadiversos de América, junto a Brasil, Ecuador, Colombia, Estados Unidos, México y Venezuela. Esta gran diversidad biológica debería ser una razón de peso suficiente para generar en los habitantes de estos países una percepción favorable y respetuosa de los ecosistemas naturales, pero los procesos coloniales y extractivos, acaecidos en América de manera constante durante los últimos 500 años, han otorgado hegemonía a una visión que ha sido poco respetuosa con esta mega diversidad y que mantiene su inercia de destrucción y marginación hasta nuestros días.
Esta visión advenediza, basada casi de manera exclusiva en la explotación de los recursos naturales, ha generado la enorme magnitud de impactos ambientales de los que somos testigos actualmente en la Amazonía (Ioris, 2012) y que, a pesar de los esfuerzos realizados a nivel estatal y por las organizaciones de la sociedad civil (incluyendo a los pueblos indígenas originarios), todavía no ha sido completamente extirpada; en parte, porque sigue siendo alimentada por las incesantes e insostenibles dinámicas globales de producción y consumo (Ulloa, 2017).
Estos conceptos se asientan sobre una estructura que es genéticamente incompatible con la conservación de la diversidad biológica y cultural en la Amazonía”.
Sobre estas dinámicas se edificaron los conceptos, tan usados en la actualidad, de desarrollo y bienestar humano (Ponce, 2013), marginando y postergando otros conceptos, como los de vida plena, buena vida o buen vivir, que emergían de visiones más sostenibles, dialogantes y respetuosas con la diversidad biológica, pero que no encajaban ni en la visión, ni en la estructura económica occidental, construida, no lo olvidemos, sobre la base de la extracción de los recursos naturales, la producción material y la explotación impasible del ser humano (Unceta, 2009, Casanova, 2006). Estos conceptos se asientan sobre una estructura que es genéticamente incompatible con la conservación de la diversidad biológica y cultural de la Amazonía.
La panacea del desarrollo.
Tanto el desarrollo, como el bienestar humano, fueron abordados, desde el siglo XX, con un enfoque economicista, siendo modelados de forma permanente por las dinámicas del mercado, condicionando las acciones de los individuos a la asignación eficiente de los recursos económicos. De esta forma, el concepto de desarrollo se convirtió en sinónimo de progreso social. Si bien, el enfoque economicista del desarrollo dio paso a otros enfoques complementarios, como el enfoque social y el humano (Ponce, 2013), hasta hoy en día no se consigue modelar un adecuado enfoque de desarrollo diversificado basado en las dimensiones ambientales y culturales. La integración (que mal utilizada puede anular a la diversidad) y el crecimiento económico (entendido como la acumulación de dinero y bienes), siguen siendo el único camino posible para lograr el bienestar de los individuos dentro de una sociedad.
En este contexto, algunos de los indicadores hegemónicos del desarrollo, como son los ingresos, la riqueza (contemplados en términos económicos) y la satisfacción de las necesidades básicas (condición de la vivienda, saneamiento básico, escolaridad, capacidad económica y hacinamiento), se han convertido en las principales guías para evaluar los avances del desarrollo y en la excusa perfecta para erosionar, desde diferentes sectores, las estructuras básicas de culturas y sociedades que son tildadas de “pobres” o “poco desarrolladas”, actitud que todavía prevalece en ciertas zonas de América del Sur (Ioris, 2022) y de la que seguimos siendo testigos en la Amazonía peruana. No tenemos que ser muy astutos para entender que algunos de estos indicadores, debido a las marcadas dinámicas económicas globales, se han vuelto necesarios en el siglo XXI, pero no cabe duda de que no son suficientes para que los pueblos amazónicos materialicen una vida plena en armonía con sus bosques.
Lo que el pueblo kichwa denomina sumak kawsay, el pueblo airo pai deoyerepa paijë´ë, el pueblo shipibo jakon jati, el pueblo ashaninka kametsa asaike o el pueblo awajun täjimät pujut, son diferentes formas de expresar la vida plena o el buen vivir.
Estos conceptos incorporan los factores espirituales y materiales que hacen posible la vida armónica con la naturaleza (Belaunde, 2001; Cardoso-Ruíz el al., 2016; Varese, 2018). Contienen una diversidad de elementos que propician la plenitud de la vida, como son el conocimiento, los códigos de conducta éticos y espirituales en relación con el entorno, los valores y la visión de futuro, y a los que están condicionadas las acciones humanas. Elementos que son postergados de la visión occidental, pero que son de suma importancia para las poblaciones rurales amazónicas. Sin ellos, se podrían alcanzar los ideales del desarrollo occidental, basados en la acumulación de bienes materiales, pero se perdería el vínculo naturaleza-cultura que da pleno sentido a las culturas amazónicas.
Hoy sabemos que la desaparición de una cultura originaria suele ir acompañada de la degradación de sus ecosistemas y viceversa (Loh y Harmon, 2014), de ahí la importancia que tiene adoptar nuevos indicadores que nos permitan medir la prevalencia del vínculo naturaleza-cultura en los pueblos originarios amazónicos.
Los conceptos de desarrollo y bienestar no pueden entenderse en la Amazonía de manera exclusiva a partir de elementos cuantificables y relativos como los ingresos, la estructura de la vivienda, el saneamiento, la escolaridad, la riqueza o el hacinamiento, sino también a partir de lo que podríamos llamar condiciones del bienestar subjetivo, como son el placer, la felicidad, los deseos o los anhelos (la “ricura” en vez de la riqueza (Gasché y Vela, 2011)), pero también a través de las relaciones y el diálogo que establece con los entornos naturales dentro de cada una de las cosmovisiones culturales existentes. Esta nueva visión se adaptaría a la realidad indígena, pero podría ser aplicada también a las comunidades y grupos humanos que no se consideran indígenas, pero que mantienen una relación especial con su entorno, bien sea por el apego y arraigo a la tierra o la conexión cultural que tienen con esos territorios.
Vida plena y diálogo con el bosque.
Para los pobladores amazónicos, la naturaleza es entendida como una entidad que es fuente de vida y permite vivir. La naturaleza no sólo está conformada por lo material, los seres vivos (plantas o animales) que vemos, sino que también forma parte de ella lo espiritual, lo sobrenatural, que no es visible a simple vista, pero que puede manifestarse, positiva o negativamente, de diferentes formas (madres, protectores o guardianes de las plantas y animales, espíritus agresivos o pacíficos). El diálogo permanente que se establece con estos habitantes no humanos de los bosques tropicales es fundamental para mantener la armonía de todo el sistema. En el modelo relacional de los pueblos amazónicos, los mundos biofísico, humano y sobrenatural no están separados, existiendo entre ellos vías de comunicación que permiten que todo el sistema funcione. Los humanos y los no humanos, son parte de un mismo todo, dentro de un fuerte escenario de relaciones (de la Cadena, 2019; Schulz et al., 2021).
La férrea convicción en la existencia de esta conexión entre los mundos biofísico, humano y sobrenatural, condiciona la forma en la que los pobladores amazónicos perciben los entornos naturales, siendo la mejor garantía para su conservación y para que alcancen su vida plena. Un niño indígena, por ejemplo, educado tradicionalmente en la firme convicción de que los bosques están poblados de seres no humanos que interactúan y pueden influir en su vida, tendrá una forma diferente de relacionarse con los bosques y una visión particular de cómo construir su desarrollo en relación a esos bosques, algo que no ocurriría con un niño formado en la creencia de que los bosques están llenos de recursos que esperan ser explotados, dependiendo su desarrollo de la intensidad con la que los explote (Davis, 2018).
Es urgente, por lo tanto, considerar las conexiones entre los bosques amazónicos tropicales y las personas que habitan estos ecosistemas, incluyendo el universo sociocultural que comparten con su bosque y su medio ambiente (Kohn, 2013; Rival, 2016). Esta visión biocultural nos ayudaría a comprender la relación entre los humanos y la naturaleza y el tipo de desarrollo que necesitan las comunidades amazónicas. La erosión de los sistemas de conocimiento indígena es imparable y pronto será irreversible, perdiendo todos la oportunidad de aprender la forma de interrelacionarnos e interactuar con los bosques amazónicos.
Recientes investigaciones sobre las dinámicas internas de los bosques y la capacidad de comunicación e interacción que tienen las especies vegetales (Gagliano et al., 2012; Gagliano et al., 2014; Calvo et al., 2020; Simard, 2021), nos desvelan una red comunicativa y consciente que da sentido y legitimidad a la visión, al diálogo, al vínculo y a las relaciones sociales que los pueblos originarios amazónicos mantienen con estos bosques. Lo que para la sociedad occidental eran simples creencias infundadas, ahora se convierten en evidencias que revelan el sentido y validez de los sistemas de conocimiento indígenas. Estos nuevos hallazgos, unidos a los conocimientos y valores de los pueblos indígenas expresados en sus tradiciones orales, pueden ser usados para promover nuevas dinámicas de relacionamiento con la naturaleza que permitan mitigar los impactos de las actividades extractivas y asegurar la vida plena de los pueblos que habitan en la Amazonía peruana.
© Manuel Martín Brañas - Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
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