ENCUENTROS CON ANFIBIOS Y REPTILES: RETRATO DE UN HERPETÓLOGO CUANDO ERA JOVEN

Uno de mis primeros encuentros con anfibios o reptiles que recuerdo aconteció cuando era niño, regresando de un paseo familiar a la chacra de don Pedrito Arana. Recuerdo que regresaba con una marca de guerra en mi rostro, infringida por la férrea resistencia de una toronja a ser conquistada por mis nobles ejércitos. Este tipo de accidentes fueron habituales en mi infancia, razón por la cual mi madre siempre me repetía ¡tú no eres tú si no regresas con algún tipo de marca en el cuerpo! Al pasar por una chacra que colindaba por aquel entonces con el terreno de lo que hoy es la estación del IIAP en la carretera Iquitos-Nauta, mis ojos se clavaron en una serpiente muerta que yacía en medio del camino.

Sus colores, rojo, negro y blanco eran impresionantes y muy brillantes. ¡Una naca naca!, gritó alguien del grupo. ¡Es muy venenosa!, entonaron al unísono varios de nuestros acompañantes. Hoy en día, con más de 20 años de experiencia en investigación herpetológica amazónica (estudio de anfibios y reptiles), puedo aseverar que se trataba de una Micrurus lemniscatus, una serpiente coral terrestre muy común en esta parte de la Amazonía peruana, además de ser una de las más bonitas por sus colores vívidos.

Una de las formas que tuvo mi madre de aplacar mi hiperactividad y saciar mi curiosidad por la diversidad biológica que me rodeaba, fue animarme a participar en el movimiento scout de Iquitos. Dos o tres veces al año los monitores nos llevaban de campamento, un espacio de aventura y confraternidad que me prepararía para mis futuras expediciones a los diversos, lejanos y escondidos parajes de nuestra Amazonía. Recuerdo claramente mis andanzas en el famoso campamento Alianza, donde al amanecer el reflejo de la luz se posaba sobre las telarañas de los árboles, dibujando en mi mente inquieta e imaginativa un paisaje propio de otras latitudes, donde las copas de los árboles se cubren de nieve en invierno. ¡Nieve a 35 grados centígrados! ¡Cosas de niños! 

El campamento Alianza tenía árboles de guayaba esparcidos en una gran área verde que solíamos recorrer con frecuencia. Cierto día, en una de nuestras caminatas en busca de cosas nuevas por descubrir, escuchamos cerca de nosotros un grito entrecortado. ¡Afaningaaaaa! Olvidando las palabras de mi madre ¡no te metas en líos!, me acerqué rápidamente. Se trataba de una serpiente verde, muy delgada, que reptaba sobre un arbusto de guayaba.  Ante nuestra presencia, la imponente serpiente levantaba la parte delantera del cuerpo, abría la boca e intentaba morder, al mismo tiempo que comprimía ventralmente la zona del cuello e inicio del vientre. Intentaba asustarnos y claro que lo lograba.No era una afaninga (nombre local que genéricamente se les da a todas las especies de culebras del género Chironius) ni tampoco un loro machaco (serpiente venenosa cuyo nombre científico es Bothrops bilineatus). Era una culebra, es decir, una serpiente no venenosa, de la especie Leptophis ahaetulla, una serpiente muy delgada que le gusta comer ranas y que siempre que se encuentra con un humano intenta parecer más grande, poniéndose matonesca y malcriada, intentando asustar para que la dejen huir.

Otro de los campamentos scout era Shushuna, una pequeña quebrada ubicada antes de corrientillo, en las cercanías del campo de tiro de la FAP “La Herradura”, otra de nuestras locaciones favoritas para acampar. Durante una de nuestras jornadas en este lugar, se corrió el rumor de que en la zona había un nido de jergón (Bothrops atrox). Finalmente, el rumor se confirmó y cambiaron el lugar del campamento para evitar accidentes.

Nunca logré ver a la serpiente que despertó tanto temor en los scouters (monitores responsables), por lo que no puedo aseverar que realmente fuera un jergón, sin embargo, es muy probable que si se haya tratado de esta especie. Los jergones son ovovivíparos y suelen tener hasta varias decenas de crías. Esta especie es la causante de la mayoría de los accidentes ofídicos. Las crías y juveniles son llamadas cascabel; la mayoría de las personas piensa que se trata de otra especie, pero es la misma especie con un desarrollo menor. 

Ya en el ámbito familiar, mucho más seguro y reposado, tenía la costumbre de ir los domingos a ver la ceremonia del desfile cívico y después, dependiendo de si me había portado bien durante la semana, era premiado con una visita al restaurante “La Maloca”, ubicado en el barranco natural de lo que ahora es el Malecón Tarapacá – popularmente conocido como Boulevard. Como parte del premio estaba un rico refresco de alguna fruta amazónica, pero en realidad, para mí, el verdadero premio era poder contemplar las iguanas que habitaban en los árboles de los alrededores. Esos animales que se asemejaban a dinosaurios me cautivaban de tal manera, que podía pasar horas observándolos. 

Las iguanas son reptiles cuyo nombre común es igual a su nombre científico, Iguana iguana. Pueden superar, entre cola y cuerpo, los dos metros de longitud, siendo su tamaño promedio el metro y medio de longitud.Habitan el dosel de la vegetación de orilla y se alimentan principalmente de hojas. Son muy fotogénicas y si cuentas con una buena cámara y mucha paciencia, podrás tomarles unas buenas fotos. 

¡Caramba! Los años pasan muy rápido. Acabé mi secundaria e ingresé a la carrera de biología. En mi primer año de estudiante todavía no sabía lo que me deparaba el futuro y, entonces, ¡las ranas se cruzaron en mi camino!

En uno de los cursos nos pedían colectar ranas y junto a Karla Meza, una compañera de la universidad, nos aventuramos a la búsqueda de ranas verdes en la vegetación del boulevard. Las encontramos en los brotes tiernos, que simulaban un cucurucho, de la achira Canna indica. Refugiadas del sol, las ranas descansaban apaciblemente. Colectamos algunas para nuestro curso y fue en ese momento cuando se me ocurrió criarlas en mi casa. Llegando a casa agarré un recipiente viejo de la refrigeradora, lo acondicioné con algo de vegetación y agua, puse las ranas y lo tapé con una tela de pañal. Las tuve ahí buen tiempo. Por las noches cantaban a todo pulmón. Mi madre por su puesto se quejaba de las sonatas nocturnas, ¡tus ranas no me dejan dormirrrr!

Estas llamativas ranas pertenecían a la especie Boana punctata, unas ranas verdes con múltiples puntos amarillos y rojos en el dorso, de hábitos nocturnos, que suelen refugiarse durante el día en las plantas de la vegetación herbácea de las orillas de los ríos. Hace solo siete años se descubrió que estas especies presentan como atributo la fluorescencia en su piel, pero aún no se tiene claro cuál sería la utilidad o beneficio en las ranas. La fluorescencia es un fenómeno rarísimo en los vertebrados.

A los pocos años, fueron las serpientes las que se cruzaron en mi camino. Y no lo digo de manera figurada. Cursando ya el ecuador de mi carrera, en un curso de campo desarrollado en Moena caño, bajo la supervisión de un docente, salimos de noche en busca de anfibios y reptiles. En nuestro grupo no había ningún experto en reptiles, a todos nos deslumbraban mucho más los anfibios.

Las aguas del río Itaya son tranquilas, pero para un grupo de estudiantes citadinos, el control de la canoa de madera se convertía en un auténtico reto. El zigzag trazado por nuestra canoa hubiera hecho reír a cualquier poblador local. En medio del ajetreo y las bromas por nuestro torpe control de la canoa, observamos frente a nosotros una serpiente de múltiples colores. Nuestro profesor nos indicó que la agarráramos.  ¡Ni loco, si no sabemos si es venenosa o no!, le respondí sin quitar la mirada de la hermosa y colorida serpiente. 

Efectivamente, la serpiente que nadaba en las aguas del rio Itaya era una serpiente coral semiacuática, Micrurus surinamensis, una de las serpientes de coral más grandes de la Amazonía, que puede alcanzar un metro y treinta centímetros de longitud. Recordando ese episodio, doy gracias de no haberme atrevido a agarrarla, probablemente hubiese tenido un accidente ofídico de consideración y quizás ahora no estaría escribiendo estas líneas. Las serpientes de esta familia tienen un veneno neurotóxico bastante potente y se alimentan principalmente de peces.

Las serpientes y los anfibios han estado siempre presentes en mi vida, incluso antes de decidir dedicarme plenamente a su estudio. La imaginación y la curiosidad de un niño no tiene límites. A veces me pregunto qué hubiera pasado con mi vida si no me hubiera topado aquella primera vez con esa serpiente naca naca o si no me hubiera atrevido a criar las ranas verdes en mi casa.

Como diría Jorge Luis Borges, se precisaron todas esas causas para llegar al lugar en donde estoy ahora.

En la medida que incentivemos la imaginación y la curiosidad en los niños lograremos que muchos de ellos elijan un rumbo de vida basado en sus motivaciones ypreferencias, muchas de ellas relacionadas con la conservación de la biodiversidad y de las culturas amazónicas. La vida es completamente sinuosa, compleja y llena de retos, pero no cabe duda de que se vuelve más ligera cuando haces lo que realmente te gusta.

© Giussepe Gagliardi ­Urrutia

Attalea Administrador

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