ACTUALIDAD: El lenguaje oculto de los árboles

Cuando era niño, recuerdo que mi abuela, que vivía en un pequeño pueblo al norte de la península ibérica, me decía a menudo que los árboles conversaban entre sí. Era una mujer fuerte acostumbrada a las tareas del campo y a caminar por los bosques de la vertiente atlántica en busca de los productos que estos le proporcionaban. Recuerdo que me quedaba embobado escuchándola, atento a sus historias y pendiente de las enseñanzas que de manera vehemente quería transmitir a su nieto recién llegado de la capital.

Ha llovido mucho desde entonces, pero la idea de que los árboles puedan conversar entre sí, me ha acompañado toda mi vida, motivándome a buscar evidencias sobre la veracidad de las palabras de mi abuela allá donde me encuentre.

No hace mucho tiempo, en mis múltiples andanzas por las comunidades indígenas de Loreto, la señora Erlinda Maricahua, sabia ticuna de más de setenta años de edad, me expresó la misma idea que hace más de cuatro décadas le escuché decir a mi abuela.

Faltaría a la verdad si citara sus palabras exactas, mi memoria ha empeorado con los años, pero la idea precisa que me quiso transmitir volvió a despertar esa chispa de curiosidad dentro de mí. Los árboles se comunican, no solo entre ellos, también se comunican con aquellos humanos que saben descifrar su lenguaje oculto.

El tema de la comunicación dentro de los bosques no es algo nuevo, de hecho, empezó a cobrar fuerza a finales del siglo pasado, cuando varios científicos a lo largo del planeta, motivados seguramente por las historias que sus abuelas y abuelos les contaron, empezaron a desvelar la enorme red fúngica (micorrízica) existente bajo los árboles del bosque, conocida como wood wide web, la red de banda ancha de los bosques. Esta enorme red conectaría los arboles entre sí, permitiendo el transporte de nutrientes hasta las raíces, la comunicación, y lo más sorprendente, una cooperación efectiva entre los árboles.

Las investigaciones de la ecóloga canadiense Suzanne Simard han desvelado cómo los bosques son redes sociales en la que los árboles, aprovechando la gran red de hongos de microrrizas existente en el suelo, comparten nutrientes, envían señales e incluso colaboran para que los individuos más jóvenes puedan crecer sin problemas. Las investigaciones de Simard abrieron la puerta a otros investigadores y divulgadores que empezaron a deslumbrarnos con los nuevos descubrimientos sobre el tema.

La férrea convicción que tenía mi abuela sobre la comunicación de los árboles se hizo finalmente viral, chocando con la visión más clásica de la ciencia que promulgaba que los bosques son solo espacios llenos de árboles viviendo una vida solitaria exenta de comunicación con su entorno.

La idea traspasó fronteras gracias a la publicación de varios libros que finalmente se convertirían en best seller, como el de Peter Wohlleben “La vida secreta de los árboles”, que ha batido el record de más de dos millones de ejemplares vendidos. La propia Simard ha publicado varios libros sobre el tema. Les recomiendo “En busca del árbol madre”, donde rememora recuerdos de su infancia y presenta nuevas evidencias de la red comunicativa de los bosques.

Pero la popularidad de la teoría de la wood wide web también ha motivado que muchos científicos la pongan a prueba. La micóloga canadiense Justine Karst, acompañada de los también canadienses Jason Hoeksema y Melanie Jones, han puesto en duda los resultados presentados por Simard y otros científicos a lo largo de los años. Ellos consideran que, si bien, la red de micorrizas existe en los bosques, su función como red conectiva no ha sido lo suficientemente probada, mucho menos que sea el medio utilizado para la cooperación.

Otra científica que ha puesto en duda la teoría comunicativa ha sido la ecóloga norteamericana Kathryn Flinn, ya que considera, de acuerdo a la famosa teoría de la evolución de Darwin y Wallace, que los individuos que sacrifican sus propios intereses en beneficio de la comunidad no evolucionan, quedando la evolución en la cancha del exclusivo grupo de individuos que entran en competencia dentro del juego de la selección natural. Flinn señala además que es probable que el carbono y los nutrientes sean distribuidos en base a los propios intereses de los hongos, eliminando la posibilidad de la simbiosis colaborativa hongo-­árbol.

Sin embargo, vale la pena señalar que ella no solo ha incursionado en asuntos ecológicos, sino que también ha mostrado interés en el ámbito de los juegos casinos gratis cuya dinámica resuena con su punto de vista.

Personalmente, considero que la ciencia tiene que ampliar su comprensión sobre la enorme red de hongos micorrízicos que se despliega bajo los bosques, pero he de confesar, que he heredado la férrea convicción que tenía mi abuela sobre la comunicación de los árboles. Mis conversaciones con sabias y sabios indígenas de varios pueblos amazónicos han reforzado aún más esta convicción.

Nadie mejor que los pueblos indígenas amazónicos sabe cómo se dialoga con los bosques. ¿Acaso la firme convicción de la presencia de dueños, protectores o madres de las especies vegetales, no es una forma de representar la capacidad de comunicación de estas especies? Los pueblos indígenas han desvelado los misterios del bosque gracias al dialogo que los shamanes o curanderos han establecido con los espíritus del bosque, construcción humana que permite la comunicación dentro del bosque, descifrando el lenguaje oculto de los árboles.

Pero la ciencia avanza con evidencia. Actualmente varios científicos están mapeando las redes de hongos en algunos bosques europeos a través de la secuenciación del ADN, algo que permitiría obtener más claridad sobre la conexión específica de un determinado hongo con diferentes árboles, abriendo la posibilidad de realizar mediciones claras sobre la transferencia de nutrientes o la comunicación a través de impulsos eléctricos. Seguramente los nuevos hallazgos nos seguirán sorprendiendo, acercándonos a la enorme red social que conforman los árboles en el bosque y permitiéndonos dialogar nuevamente con ellos. Seguro que tienen mucho que contarnos.

© Manuel Martín Brañas

Giovanni Pinedo Tejada

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