¿Selva productiva?
La Amazonía es un cementerio de proyectos, es lo que suelen decir estudiosos y expertos en esta región que ocupa dos tercios del Perú y agrupa a algunas de las
provincias más atrasadas en términos de desarrollo económico, si bien muy ricas en recursos naturales. Santiago Manuin, respetado líder del pueblo Awajún recientemente fallecido, también solía decir que la Provincia de Condorcanqui, en Amazonas, mayoritariamente indígena, era una colección de proyectos fracasados. El mismo patrón se encuentra
por donde uno vaya en la Amazonía peruana: pocas comunidades se han librado de los famosos “proyectos
productivos”, y muchas menos aún, contadas con los dedos de una mano, quizás, pueden mostrar ejemplos de éxito luego de algunos años de culminado el proyecto. La mayoría de las comunidades dan fe de, no uno, sino varios proyectos fracasados, de diversos tipos y en diversas épocas.
La Amazonía peruana sufre en buena medida lo que se ha dado en llamar “la maldición de los recursos naturales”, pues recursos los ha tenido y los tiene en abundancia. Y no nos referimos precisamente al recurso “suelo” con fines agrícolas, como vamos a ver. El problema del atraso amazónico no solo reside en el centralismo y el abandono del Gobierno nacional (como suelen afirmar los políticos locales), sino quizás principalmente en las estrategias y modelos de desarrollo que se han implementado y se implementan hasta ahora, copiados de otras realidades allende los Andes, y ajenos a la realidad ecológica y social de la selva.
Pensar que se solucionará como por arte de magia el problema del subdesarrollo amazónico incrementando la
explotación de recursos (desde petróleo y minerales, hasta recursos forestales), y las ‘regalías’ derivadas de su aprovechamiento para entregar a las regiones, e invirtiendo más en megaproyectos de infraestructura es, por decir lo menos, bastante ingenuo, y por demás bastante interesado por parte de los promotores,
que suelen ser los que más se benefician. Porque en la Amazonía se han gastado inmensos recursos en las últimas décadas en cemento y asfalto, o en promoción de monocultivos comerciales y ganadería, con escasos y, en algunos casos, contraproducentes resultados para la mayor parte de la población. Casi todo el canon petrolero de Loreto, por ejemplo, desde 1979 al 2022 (que suman 2 174 millones de dólares) se ha ido a infraestructura no productiva y a promoción de una agricultura poco menos que ruinosa. Pese a esa enorme inversión, tanto la renta per cápita como el índice de desarrollo humano siguen estando entre los más bajos del país, mientras que la desnutrición crónica infantil y la anemia están entre las más altas.
El crecimiento relativo de Loreto en las últimas décadas ha estado entre los más bajos del Perú, y el PBI sigue estancado en los niveles cercanos a los de los años 60 (Growth Lab – Harvard, 2020¹; INEI²; BID, 2019, citado por Grandez 2022³). A lo que ha contribuido muchas
veces esa inversión pública es a degradar capital natural (el bosque y los ecosistemas acuáticos asociados) que
constituye la fuente principal de recursos para las comunidades, y el principal activo para el desarrollo futuro de la región, sin que hayan generado fuentes
de trabajo de calidad y culturalmente pertinentes para las comunidades amazónicas.
Acerca del modelo de desarrollo rural
en selva baja
Desde hace décadas se ha impulsado en la selva baja peruana el modelo que llamaríamos “agropecuario”, de monocultivos y ganadería, asumiendo que lo que
funciona en suelos, climas y culturas andinas y costeras debe funcionar en la Amazonía. Los resultados han sido poco menos que irrisorios, y con frecuencia devastadores. Se han invertido (más bien, malgastado) cientos de millones en créditos agrícolas, que en su mayoría nunca fueron devueltos, así como en diversos “proyectos productivos” e infraestructura vial, y se han deforestado cientos de miles de hectáreas de bosques que hoy en gran parte son purmas degradadas y abandonadas. La producción agrícola, por descontado, no se incrementó con esa inversión, aunque sí los ingresos de los funcionarios y operadores que gestionaron dichos créditos y proyectos, y promovieron las obras.
Cabe destacar que la mayor parte de esos fondos y los diversos proyectos relacionados con la agricultura y la ganadería (especialmente en Loreto, donde el 12 % del canon petrolero debe ser destinado por ley al desarrollo agrícola) fueron destinados a zonas no inundables. Ese fue el caso, por ej., del área de influencia de la carretera Iquitos – Nauta, en Loreto, donde los suelos son particularmente pobres y ácidos, muy inapropiados para cultivos en limpio o crianza de ganado. Los resultados saltan a la vista: cualquier visitante puede constatar que en el eje de esa carretera, al margen de algunas granjas de pollos y chanchos que son alimentados con insumos producidos fuera de Loreto (maíz, harina de pescado, torta de soya), y algunos recreos turísticos, la mayor parte de los predios están abandonados o semiabandonados, una vez que fueron talados los bosques y agotados los escasos nutrientes liberados por la quema de la vegetación para obtener apenas una o dos cosechas mediocres.
La alternativa “agropecuaria” en la selva baja tiene otros factores limitantes además de la baja capacidad productiva de la mayoría de los suelos. Estos incluyen el clima excesivamente húmedo y cálido, que favorece todo tipo de plagas en los cultivos, las lluvias torrenciales,
que lavan los nutrientes del suelo y cualquier otro agroquímico aplicado, y la difícil conexión con mercados nacionales y globales. Pero además, y especialmente para el caso de las comunidades más tradicionales, indígenas y ribereñas, está la vocación “bosquesina” de estas comunidades, tal como la definieron Gasché y Vela en los dos tomos de “La sociedad bosquesina” (publicados por el IIAP en el 2012).
La alternativa “agropecuaria” en la selva baja tiene otros factores limitantes además de la baja capacidad productiva de la mayoría de los suelos¨.
En resumen: su perfil cultural y su modelo productivo están más orientados al aprovechamiento integral y oportunista de los recursos forestales y acuáticos,
como fuente de alimentos, medicinas, y otros elementos y materiales importantes para para vida cotidiana, siendo la agricultura y la crianza de animales menores una actividad complementaria. Una inteligente adaptación a un medio tan exigente como el amazónico, que les permitió a los pueblos indígenas un estilo de vida próspero y gratificante, según dan testimonio los exploradores y misioneros que viajaron por los ríos
amazónicos antes de la debacle del caucho y las otras olas extractivas.
Esto nos deja como gran alternativa para la mayoría de las casi cinco mil comunidades rurales amazónicas (cerca
de tres mil solo en Loreto) la búsqueda de opciones productivas basadas preferentemente en el aprovechamiento sostenible de los recursos de la
biodiversidad, con especial énfasis en el uso del bosque en pie, y de forma complementaria, en una agricultura más orientada a la seguridad alimentaria que a los monocultivos comerciales.
…Las comunidades saben muy bien identificar parches de suelos fértiles, por la presencia de palmeras y otras plantas indicadoras¨.
Hay algunos suelos algo más productivos, ciertamente, como los suelos aluviales de las riberas de los llamados
“ríos de agua blanca”, debido a que arrastran nutrientes de las laderas andinas y los depositan en la llanura de
inundación en la selva baja; también hay parches de suelos un poco más fértiles en ciertas terrazas bajas, sedimentos de antiguos cauces fluviales o donde
aflora la llamada “Formación Pebas”, cuyo origen está en los sedimentos de un antiguo sistema lacustre que ocupó la parte central y occidental de la Amazonía hace millones de años: estos sedimentos ocurren, por ej., en la cuenca del río Momón y la margen izquierda del bajo Nanay, y en partes de la quebrada Tamshiyacu. Las comunidades saben muy bien identificar estos parches de suelos más fértiles, por la presencia de palmeras y otras plantas indicadoras, como la yarina y la pona.
En esas zonas debería concentrarse la agricultura, dando preferencia a los sistemas tradicionales y a los modelos
agroforestales que de alguna forma imitan al bosque original.
Aprovechamiento del bosque en pie y
de los ecosistemas acuáticos
Loreto conserva todavía más del 98 % de sus bosques⁴, y aunque muchas de las zonas más accesibles han sido bastante depredadas o “descremadas” en términos de tala de maderas finas, cosecha destructiva de palmeras de aguaje hembra y extracción de fauna silvestre
terrestre y acuática, todavía los bosques pueden dar mucho de sí. Algunos recursos son recuperables en el corto y mediano plazo, como las pesquerías y ciertas especies de fauna silvestre, además de algunas especies de árboles de rápido crecimiento en las zonas inundables de los grandes ríos (várzeas), como la capirona y la cumala. Y todavía existen en los bosques muchos otros recursos subexplotados, como por
ejemplo frutos de varias especies de palmeras y otros árboles que pueden ser cosechados sosteniblemente, y de los cuales ya existe una demanda interesan‐
te en el mercado, tanto para fines alimenticios como cosméticos e industriales en general.
En la selva peruana, y especialmente en la selva baja, hay varios miles de millones de palmeras productoras de frutos que pueden ser cosechados sosteniblemente y comercializados previa transformación inicial, tanto en el mercado nacional como internacional. Destacan, claro está, el aguaje, el ungurahui y el huasaí, con demandas consolidadas en el mercado tanto para alimentos y bebidas como para cosméticos. Pero también tienen ya buena demanda los subproductos de huicungo y shapaja, por poner dos ejemplos.
La gran alternativa a corto plazo para las comunidades indígenas y ribereñas, por tanto, sería la bioeconomía, los bionegocios, esto es, el desarrollo de cadenas de valor con base de preferencia en el uso del bosque en pie vía el aprovechamiento de los recursos forestales
no maderables y, en menor medida, el aprovechamiento maderable de algunas especies más abundantes y de rápido crecimiento. Para esto hay que acabar con la deforestación y las formas destructivas de aprovechamiento de los bosques, y crear las condiciones habilitantes necesarias, formalizando, capacitando y equipando a las comunidades, y articulándolas con mercados en alianza con empresas privadas responsables.
La gran alternativa a corto plazo para las comunidades indígenas y ribereñas sería la bioeconomía y los bionegocios…¨
La falta de formalidad ha sido identificada como una de las causas de la depredación de los recursos naturales.
Menos de una cuarta parte de las comunidades de la selva baja han sido tituladas, y menos de medio centenar tienen permiso formal para aprovechar los recursos forestales de sus territorios, y aún menos para aprovechar formalmente los abundantísimos frutos de palmeras que demanda el mercado de forma creciente. Titular territorios de los miles de comunidades sin título, o ampliar los reducidos territorios de algunas ya tituladas pero con espacios reducidos, y acabar con la tala ilegal son los primeros e ineludibles pasos, pero la gran pregunta es: ¿y de ahí qué? ¿será esto suficiente? ¿El ansiado desarrollo vendrá por añadidura? La respuesta es por supuesto no, como lo demuestran los cientos de comunidades tituladas desde hace años que siguen en la pobreza monetaria y en la marginación; titular es muy importante, por supuesto, pero es apenas el primer paso.
…cerca del 60% de las comunidades indígenas
tituladas tenían sus territorios altamente degradados
debido a la sobreexplotación por empresas forestales…¨
Un estudio realizado en Ucayali hacia el 2006 por el desaparecido ingeniero forestal Américo Quevedo, mostraba que cerca del 60 % de las comunidades
indígenas tituladas tenían sus territorios altamente degradados debido a la sobreexplotación por empresas forestales de las maderas comerciales, la que a su
vez impactó seriamente en la fauna silvestre. Las causas de este dramático escenario están en la baja capacidad de negociación de las comunidades frente a empresarios inescrupulosos, y la aún más baja capacidad de aprovechar autónomamente sus recursos (sin apoyo de
terceros) y de darles valor agregado y colocarlos competitivamente en el mercado.
Por descontado, las comunidades que negociaron su madera resultaron tan o incluso más pobres como las que no habían hecho ningún trato con madereros y conservaban sus bosques más sanos, las que gozaban y gozan de mejor calidad de vida por la mayor disponibilidad de fauna silvestre para consumo y de árboles para sus necesidades (como construcción de canoas y casas, etc.).
Otro ejemplo de lo que podríamos llamar “subdesarrollo subvencionado” es el de la cuenca del río Paranapura, en
Loreto. Allí varios proyectos, tanto de la cooperación internacional como del Estado, impulsaron la ganadería de vacunos bajo la falsa premisa de que los indígenas tienen esa vocación. Luego de tres décadas y de varios miles de hectáreas de bosques sustituidas por pastos pobres, el resultado está a la vista: el distrito (Balsapuerto, por su capital) es el más pobre de la región, y la desnutrición crónica infantil campea debido a la escasez creciente de recursos de fauna silvestre y pescado, que representan las principales fuentes de
proteína para los indígenas.
Cabe resaltar que los indígenas son en su mayoría intolerantes a la lactosa, y a la mayoría no les gusta la carne de res (¡ni sería viable que maten una vaca periódicamente para proveerse de proteína animal!), así que como estrategia para combatir la desnutrición la iniciativa ganadera en el Paranapura fue un desastre. Hasta hace poco tiempo todavía el MIDAGRI ha enviado vacas a varias comunidades del Pastaza y del Tigre en
el marco del plan de cierre de brechas por los pasivos ambientales derivados de la industria petrolera. El resultado es fácilmente previsible: el proyecto fue
otro fracaso más. Un impacto adicional de la deforestación en la cuenca del Paranapura ha sido la afectación del abastecimiento de agua de Yurimaguas, que en meses muy secos sufre severas restricciones porque el Paranapura, del que se abastece, se queda sin agua.
…aquellas comunidades indígenas que están
cerca a las carreteras amazónicas… se han visto
invadidas por colonos, madereros ilegales, traficantes de tierra, narcos y otros indeseables¨.
Y algo muy importante: aquellas comunidades indígenas que están cerca de las carreteras amazónicas, una de las condiciones propuestas por ciertos políticos para impulsar “el desarrollo”, no han mejorado sus condiciones de vida. Más bien todo lo contrario: se han visto invadidas por colonos, madereros ilegales, traficantes de tierra, narcos y otros indeseables, han visto sus territorios y recursos degradados, y aunque han accedido a algunos servicios de los que carecen comunidades menos “conectadas”, en general su seguridad alimentaria y su calidad de vida se ha deteriorado significativamente, y es más lo que
han perdido que lo que han ganado.
“Yo ya conozco lo que les pasa a los pueblos indígenas cuando llegan las carreteras, y no me engañan”, comentaba hace unos años un dirigente de las comunidades del Purús durante un debate en el Congreso de la República al que tuve oportunidad de asistir sobre el proyecto de carretera entre Purús e Iñapari. “Las comunidades terminan perdiendo sus tierras, y los indígenas acaban de peones de los colonos, o tienen que irse a las ciudades a hambrear”, afirmó el dirigente.
Donde ha habido un cierto desarrollo económico de comunidades amazónicas, en sus propios términos y sin pérdida de su cultura y calidad de vida (es decir, un desarrollo pertinente culturalmente), es donde se han impulsado modelos basados en el manejo y aprovechamiento sostenible de los recursos naturales de sus bosques y cuerpos de agua; lo más importante es que han recuperado recursos vitales para su seguridad alimentaria (pescado y fauna silvestre); algunas han llegado a ciertos grados de transformación (agregación
de valor de ciertos recursos forestales) en alianza con empresas privadas social y ambientalmente responsables. Básicamente se ha tratado del enfoque de
bioemprendimientos o bionegocios. En esos casos, que no son muchos lamentablemente, las comunidades mantienen en esencia su modo de vida tradicional que tanto valoran (el llamado “buen vivir” o “vida plena”) y acceden progresivamente a los bienes y servicios
propios de la globalización: con los ingresos de sus bioemprendimientos mejoran los servicios básicos de educación, salud, saneamiento, comunicaciones, y acceden a bienes como herramientas y equipos que hacen más fácil y eficiente el trabajo diario.
Las nuevas tendencias y estándares de los mercados globales.
Hay que tener en cuenta que los mercados globales demandan de forma creciente productos naturales y sostenibles, y los productos provenientes de comunidades que manejan sus bosques hoy pueden acceder a nichos de mercado con precios preferentes. Más bien, se están cerrando aceleradamente opciones
para productos agrícolas no sostenibles, como por ejemplo aceite de palma de plantaciones que han reemplazado al bosque: las gigantes multinacionales
que comercializan alimentos, cosméticos y productos industriales ya han asumido compromisos de no incluir en sus cadenas de suministros insumos que provengan de la tala de bosques o que tengan otros impactos socioambientales negativos. La primera fue Nestlé, ya en
el 2010; actualmente ya se han sumado Cargill, Pepsico, Danone, Kraft, Unilever y otras.
La Unión Europea UE, por su parte, adonde va la mitad de las exportaciones agrícolas peruanas, implementó nuevos estándares ambientales a partir del 2020, de modo que productos que tengan una alta huella de carbono (porque han sido cultivados talando bosques primarios o drenando turberas) o hídrica (porque usan gran cantidad de agua para su producción o afectan fuentes de agua) o química (porque usan agroquímicos no autorizados o en cantidades superiores a sus estándares) no podrán ingresar a ese mercado tan promisorio.
La UE también ha aprobado recientemente medidas más estrictas para impedir el ingreso de productos que provengan de o que provoquen la tala de bosques tropicales.
…es notorio el crecimiento de las preferencias de los consumidores hacia productos naturales,
orgánicos y funcionales¨.
Es también muy notorio el crecimiento de las preferencias de los consumidores, especialmente en los países más desarrollados, hacia productos naturales, orgánicos, funcionales (que además de alimentar, fortalecen la salud, como muchos de los derivados de frutos amazónicos). Esto representa una oportunidad para la economía de las comunidades que manejan sosteniblemente sus bosques y quieren involucrarse en bioemprendimientos como los citados.
Con el proyecto de apoyo al PROCREL (Programa de Conservación de la biodiversidad de la región Loreto, implementado hace unos 15 años con apoyo de la Fundación Moore y en colaboración con el IIAP, se impulsó el enfoque de “conservación productiva”, que buscaba justamente armonizar las aspiraciones de las comunidades locales a un desarrollo inclusivo y respetuoso con su cultura y estilo de vida tradicional, y los compromisos del Estado Peruano de conservar nuestros bosques. Este enfoque fue asumido por otras regiones en Perú, e incorporado en instrumentos de gestión de la biodiversidad a nivel nacional, como la Estrategia Nacional de Diversidad Biológica y la Estrategia Nacional de Humedales.
Las organizaciones indígenas amazónicas están poniendo mucho énfasis en los últimos tiempos en los temas vinculados con el desarrollo con pertinencia cultural. Con frecuencia los dirigentes nacionales y regionales, tanto de AIDESEP como de CONAP, las dos organizaciones indígenas nacionales más representativas, mencionan el tema de economía indígena como una prioridad, y reconocen que en años recientes los avances en la lucha por los territorios y la autonomía no han sido acompañados por un similar énfasis en temas de desarrollo. “No puede haber autonomía indígena sin economía indígena”, es uno de los lemas actualmente más repetidos.
La pregunta que surge inmediatamente es ¿por qué no hay más bionegocios con base en el aprovechamiento del bosque en pie funcionando en los miles de comunidades amazónicas? La respuesta es: porque no se ha invertido apenas en esa tan promisoria línea, tanto de parte del Estado como de la cooperación. Los desarrollistas han estado mirando a los pobres suelos amazónicos sin ver que la riqueza estaba más arriba, en el boque (y en los cuerpos de agua asociados y, por descontado, en las culturas y sabiduría indígena relacionada con el bosque). Los proyectos de ese tipo que funcionan hoy es porque alguna ONG apoyó durante un tiempo largo y tuvo cierto apoyo de alguna otra institución (generalmente del SERNANP en las áreas protegidas y sus zonas de amortiguamiento). Esto contrasta con los enormes recursos invertidos para promover cultivos comerciales, incluyendo los créditos agrarios menciona‐ dos más arriba.
Finalmente, el Perú ha asumido compromisos internacionales para promover la conservación de sus bosques y reducir la tasa de deforestación a 0 para el 2030. Dado que casi la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la tala de bosques, promover la ampliación de la frontera agrícola en la selva a costa de bosque no es ya más una opción. Así que la vía al desarrollo de las comunidades amazónicas es de color verde, y no es precisamente un monocultivo…
© José Álvarez Alonso.