Dueños y madres de los bosques: ¿Condenados a la extinción?

La presencia humana en la Amazonía se remonta a más de 11.000 años de antigüedad. Los restos arqueológicos encontrados hasta la fecha nos indican que los grupos de cazadores recolectores que recorrían sus territorios practicaban ya desde entonces un cierto manejo del bosque, aprovechando y manejando diferentes especies para fines diversos. Los bosques amazónicos que contemplamos hoy en día conservan las marcas de estos primeros pobladores, también las de los grupos humanos que les sucedieron y que poco a poco fueron dispersándose por toda la Amazonía, dando lugar al enorme mosaico cultural que conocemos hoy en día.

Se estima que más del 12% de los bosques amazónicos tienen un origen antropogénico, es decir, han sido intencionalmente modificados y adaptados para satisfacer las necesidades humanas, manteniendo su capacidad reproductiva y el equilibrio ecológico que finalmente, no nos olvidemos, les proporciona la vida. El éxito adaptativo de los pueblos indígenas, el equilibrio preciso  entre  naturaleza  y  cultura, no hubiera sido posible sin la relación especial que establecieron con su entorno natural, basada principalmente en el principio de reciprocidad, concepto que rige la vida en la Amazonía.

Sin embargo, para muchos occidentales, la vida de los pueblos amazónicos se reduce a un conjunto de habilidades y cono-cimientos que les permiten aprovechar los recursos de manera adecuada y son la base del “saber hacer” en los bosques amazónicos, un concepto que es necesario, pero no suficiente para explicar la compleja, íntima y eficiente relación existente entre los bosques y los pueblos indígenas. Este “saber hacer” permite al poblador amazónico aprovechar los recursos, pero por sí solo es un concepto que no garantiza su uso sostenible, ni, por lo tanto, el vínculo equilibrado entre naturaleza y cultura.

La profunda creencia de que la tierra es un ser vivo que debe ser interpretado y transformado por el ser humano, unido al arraigo profundo que tienen con ella, ha sido el fundamento que por miles de años ha garantizado el equilibrio ecológico y ha fortalecido el vínculo entre naturaleza y cultura, algo olvidado y no entendido hoy en día por Occidente, pero que es la razón de ser de los pueblos indígenas amazónicos y la principal clave para frenar la destrucción de los ecosistemas naturales.

La madre de la amasisa. Autor: Nicolás Tapuy Sandi – Pueblo Kichwa. Cortesía FORMABIAP.

Esta firme creencia, tradicional-mente asumida como convicción por todos los pueblos indígenas de la Amazonía, les ha permitido construir una estructura de valores que prioriza el diálogo con la naturaleza y con los seres que en ella viven.

Para los pueblos amazónicos los bosques están habitados por seres antropomorfos ligados a las especies animales y vegetales, con habilidades específicas, con enorme potencial creativo, pero también con una capacidad predatoria que obliga a mantener un permanente diálogo con ellos. Lo que para los occidentales son inmensas extensiones de materia prima que deben ser explotadas, para los pueblos amazónicos son los territorios de los dueños o madres de los animales y plantas, aquellos que con sus poderes son capaces de proveer los alimentos, pero que pueden ser vengativos si no se cumplen las reglas establecidas, sin las cuales no se podría mantener en buenos términos las relaciones sociales que se establecen entre iguales.

Puede parecer sorprendente que la clave para la conservación de los bosques resida en la creencia en un grupo de seres que los habitan y que están emparentados con los humanos. La cuestión importante no es si en los bosques albergan o no seres que viven en una realidad no visible y cuyas vidas se entrelazan con las de los humanos, lo realmente importante es entender que esta creencia tiene un reflejo real en la forma en la que los pueblos amazónicos viven su día a día, siendo la principal causa del bajo impacto que sus actividades tienen en los entornos naturales.

Si el pueblo ticuna, por ejemplo, no creyera firmemente en la existencia del abuelo Yewaex, transfigurado en la enorme boa negra que habita en los cuerpos de agua que riegan sus territorios, tendría una percepción totalmente diferente de su entorno natural. El diálogo que se establece con este espíritu del agua no solo permite a los ticuna aprovechar los recursos de manera apropiada, sino que también permite mantener un equilibrio que favorece su super-vivencia en un espacio natural que es compartido con esta entidad. El respeto al abuelo Yewaex sigue presente en muchas comunidades ticuna y es un ejemplo claro de la eficiencia de su sistema ecológico tradicional. Si los ticuna, o los urarina, o los yagua, o cualquiera de los pueblos indígenas que habitan en la Amazonía, no creyeran firmemente en la existencia de los dueños de los animales y las plantas que habitan en los bosques, con los que dialogan y, en ocasiones, negocian, tendrían una percepción diferente y probablemente su huella ecológica hubiera sido mucho mayor.

Estos ejemplos y otros, nos permiten entender por qué las evidencias que conectan la pérdida de los conocimientos tradicionales con la degradación de los ecosistemas son cada día más numerosas. No existirán bosques conservados si se rompe el vínculo entre naturaleza y cultura, si se sigue erosionando los sistemas de conocimiento de los pueblos indígenas. Es por este motivo que la numerosa legislación ambiental existente, los proyectos y programas de conservación internacional y otras iniciativas públicas y privadas de conservación no tienen el éxito deseado y se muestran como poco eficientes para controlar la destrucción de los bosques amazónicos. Si dejamos que los bosques se vacíen de los dueños y madres de los animales y plantas, solo abriremos el camino para su destrucción definitiva.

En el Perú la erosión de los sistemas de conocimiento tradicional se inició hace muchos siglos y se ha prolongado en el tiempo con los múltiples procesos de colonización que han ido debilitando de manera progresiva las estructuras de conocimiento de los pueblos indígenas amazónicos. La marginalización de los saberes locales en favor de una homogeneización casi dogmática, eliminó la posibilidad de que los conocimientos ecológicos tradicionales, los cuales integran las realidades visible y no visible de la existencia, fueran fortalecidos en las nuevas generaciones. Hoy en día, en pleno siglo XXI, a pesar de la institucionalización de la educación bilingüe intercultural, los problemas persisten, ya que todavía no se incorporan debidamente estos cono-cimientos en la formación de los futuros docentes bilingües. No obstante, los problemas no son insalvables y muchos docentes indígenas están iniciando el cambio desde adentro, incorporando nuevas metodologías y estrategias que permitirán fortalecer el vínculo entre naturaleza y cultura en las aulas.

Las mal llamadas “sociedades desarrolladas” siguen, por otro lado, manteniendo su presión hacia los recursos de la Amazonía para mantener sus estilos de vida poco sostenibles. La destrucción de la Amazonía, iniciada hace quinientos años, no ha cesado hasta nuestros días. Aunque se superó la fase inicial de violencia hacia los pueblos indígenas y existe un cierto reconocimiento legal de sus derechos, en la práctica, se sigue negando el ingenio y eficiencia de unas sociedades que se desarrollaron en los bosques y cuyo sistema de conocimiento ha demostrado muchas veces su coherencia y sostenibilidad en el contexto amazónico. La época del Antropoceno no solo impacta de manera profunda e irreversible sobre la biosfera terrestre, también lo hace de manera irracional sobre su etnosfera, entendida como el conjunto de los pensamientos, creencias, mitos, ideas e inspiraciones a los que ha dado vida la conciencia humana. 

La concepción errónea del desa-rrollo global, en la que se borra la posibilidad de lo diverso y se focaliza un tipo de desarrollo en el que prima la explotación eficiente de los recursos, ha dibujado un mapa de proyectos y programas que han fortalecido la visión occidental del manejo de los recursos, del “saber hacer”, pero que poco han aportado al mantenimiento del vínculo entre naturaleza y cultura. Esos proyectos se hacen con buenas intenciones, pero muchas veces no consideran los conocimientos tradicionales ya existentes, que representan otra forma posible de desarrollo “sostenible”.

El desconocimiento de la realidad indígena, la prepotencia del sistema de conocimiento occidental, que margina las prácticas, saberes y valores de los pueblos indígenas, está destruyendo la mejor posibilidad que tenemos para conservar los bosques y sus habitantes. La interiorización del problema por parte de los pueblos indígenas es vital. Aún no está todo perdido, existen pueblos que, conscientes del grave problema, están fortaleciendo los vínculos que los unen a sus ecosistemas, exigiendo una gestión integral de sus territorios, uniendo el “ saber hacer ”  con  el  “saber  ser”, fortaleciendo la identidad para mejorar la gestión de sus territorios.

El desarrollo no es un concepto estático, es diverso y dinámico, debe construirse con el andamiaje que proporciona la identidad, preservando el vínculo que une a los pueblos indígenas con sus entornos naturales. Hay que res-catar el “tesoro” de saberes y tradiciones culturales amazónicas para las futuras generaciones. No vaciemos nuestros ricos bosques amazónicos de los dueños y madres de los animales y plantas, no dejemos que el desarrollo mal enfocado extinga una de las muestras más preciosas y eficientes del ingenio humano.

© Manuel Martín Brañas-  Dirección de Investigación en Sociedades Amazónicas – IIAP

© Emanuele Fabiano – Grupo de Antropología Amazónica – PUCP

© Christopher Schulz – Universi-dad de Cambridge

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