Homo sapiens: ¿Un kamikaze hacia la sexta extinción?

Durante la historia de la vida en el planeta Tierra han ocurrido cinco extinciones masivas, en las que al menos el 50% de las especies vivas desaparecieron comple­tamente (en la tercera extinción hasta el 96%). Una extinción masiva es un evento terminal en el que, debido a diversas causas, desaparecen un alto porcentaje de especies animales y vegetales. Estos eventos suelen ser progresivos y prolongarse mucho en el tiempo y, al menos, en los cuatro eventos más antiguos que conocemos, se desarrollaron en el transcurso de millones de años. El último evento de extinción conocido, el que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años, fue mucho más acelerado, debido a las duras condiciones de habitabilidad del planeta después del impacto del gran asteroide que golpeó la península de Yucatán. Exceptuando esta última extinción masiva, el resto tuvo como una de las principales causas los grandes cambios del clima provocados por la formación, fragmentación y movimiento de las placas tectónicas y la consecuente emisión de calor a la atmósfera terrestre, lo que provocó el aumento progresivo de la temperatura en el planeta y la desaparición de una buena parte de las especies vivas, que hoy conocemos gracias a los fósiles encontrados por paleotólogos en todo el mundo. La desaparición de los dinosaurios abrió el paso a los mamíferos y, 60 millones de años más tarde, al Homo sapiens.

“Hoy en día estaríamos siendo testigos de un proceso que podría desencadenar la sexta extinción masiva en el planeta”.

Hoy en día, debido a la crisis climática provocada en gran parte por la quema de combustibles fósiles y emisiones de contaminantes a la atmósfera, así como por la destrucción de la biodiversidad, estaríamos siendo testigos de un proceso, que se inició con la Revolución Industrial y que podría estar desencadenado la sexta extinción masiva en el planeta. Es probable que está afirmación sea recibida por muchos como una exageración, pero las evidencias científicas con las que contamos son suficientemente consisten­ tes para que deba ser tomada con seriedad y genere reacciones que nos permitan abrazar algún tipo de esperanza para el futuro de nuestra especie.

El smog, producido por las emisiones de dióxido de carbono es solo una muestra del impacto humano sobre el planeta

En los últimos doscientos años, la temperatura del planeta aumentó un grado centígrado. Este aumento de temperatura puede parecer insigni­ficante, pero comparado con el aumento de temperatura en cualquiera de las extinciones masivas conocidas, es enorme y ha ocurrido de manera muy acelerada. Para el año 2100, si persisten las emisiones contaminantes a la atmós­fera, el aumento de la temperatura terrestre podría haber superado los cuatro grados centígrados, iniciándose un periodo de tiempo en el que la Tierra entraría en lo que se denomina “territorio desconocido”, produciéndose un proceso dramático y agónico para nuestra especie, cuyo desenlace final no superaría los 10.000 años.

“Es probable que el proceso de extinción que acabe con nuestra especie tam­bién ultime en el camino a muchas especies animales y vegetales…, pero al final, la biodiversidad volverá a resurgir, se abrirá paso en todo el planeta y el equilibrio retornará”.

La cuestión aquí ya no es el tipo de planeta que queremos dejar a las nuevas generaciones, sino, más bien, si quere­mos que las nuevas generaciones vivan en este planeta. La naturaleza nos ha demostrado innumerables veces su capacidad de resiliencia y recuperación. Es probable que el proceso de extinción que acabe definitivamente con nuestra especie también ultime en el camino a muchas especies animales y vegetales, sature los mares de dióxido de carbono y acabe con mucha de la vida que los habita, transforme los bosques tropicales en sabanas y los desiertos en enormes parajes vacíos con extensas fronteras hoy inimaginables, pero al final, cuando ya no estemos aquí, la biodiversidad volverá a resurgir, se abrirá paso en todo el planeta y el equilibrio retomará. Algo que el periodista y escritor Alan Weisman ha detallado de manera formidable en su libro El mundo sin nosotros, una lectura que recomiendo a todos aquellos que todavía piensan que somos una especie indispensable para el funcionamiento de esta enorme bola azul llamada Tierra. La teoría de James Loveloch y Lynn Margulis sobre Gaia toma fuerza en esta nueva era nombrada por algunos como Antropoceno. La Tierra está comenzando a modificar activamente su composición interna para asegurar su supervivencia.

¿Podemos hacer algo para revertir este proceso?

Podemos hacer muchas cosas, pero no será fácil llevarlas a buen término. La actual pandemia del COVID-19 nos ha demostrado cómo el egoísmo puede superar al altruismo en los diferentes grupos humanos. Llevar a cabo cambios permanentes en nuestro comportamiento será difícil y requerirá que los individuos altruistas que han mantenido, por diversas razones, su perfil bajo (más numerosos de lo que creemos) sean los que tomen el control en las instancias políticas, económicas, educativas y en todas aquellas que requieran de cambios progresivos decisivos, permitiendo que sean posibles a mediano y largo plazo.

En primer lugar, tendremos que reducir de manera progresiva y exponencial nuestras emisiones contaminantes. Apos­tar definitivamente por las energías renovables. Hoy en día la tecnología permite obtener sistemas de generación de energía que aprovechan la energía solar, eólica, geotermal o marina. Es este, sin duda, el mayor reto que se nos presenta hoy en día. Los intereses económicos han bloqueado acuerdos globales sobre la reducción de las emisiones contaminantes (el terco egoísmo de unos pocos), por lo que será necesario un mayor compromiso ciudadano que permita presionar a los gobiernos nacionales para que destinen presupuestos adicionales a la promoción e implementación de energías limpias.
La quema de combustibles fósiles debe parar ya, tenemos la tecnología adecuada y creo que las nuevas generaciones aceptarán cambios que aseguren su supervivencia futura.

En segundo lugar, tendremos que modificar progresivamente nuestros hábitos alimentarios. Es insostenible para el planeta albergar a más de 7.000 millones de carnívoros. En una sabana africana, los animales carnívoros son los más escasos, existiendo una relación de nueve herbívoros por cada carnívoro, en algunos lugares es incluso mayor. Lo contrario sería insostenible. Las emisiones contaminantes producidas por la ganadería son enormes y se encuentran entre las que más favorecen el cambio climático actualmente.
Siempre nos han dicho que la proteína animal es la de mejor calidad, pero esto no es cierto, las últimas investigaciones nos muestran cómo algunas proteínas vegetales son de gran calidad, pudiendo ser obtenidas en plantaciones familiares de manera mucho más sostenible y con un impacto mínimo al medio ambiente.
El cambio progresivo en la dieta no será fácil y nos forzará a buscar tecnologías que permitan obtener una producción verde sostenible y mucho más eficiente.

En tercer lugar, tendremos que hacer algo que sigue causando cierto malestar: ralentizar el crecimiento de la población mundial. La población humana se ha duplicado exponencialmente en los últimos cien años, presionando de manera insostenible al planeta. Los recursos terrestres y marinos no podrán sostener la población de 12.000 millones prevista para el año 2100. ¿Cómo reducir el crecimiento de la población, si los avances en medicina amplían la esperanza de vida de manera considerable?

“Las últimas investigaciones realizadas sobre población encuentran una relación entre el aumento de los derechos ciudadanos, la calidad de vida y el descenso de la natalidad”.

La respuesta es simple: reduciendo la natalidad, algo que puede parecer imposible y desfasado, pero que está ocurriendo actualmente en países desarrollados en Asia y Europa. Las últimas investigaciones realizadas sobre población encuentran una relación clara entre el aumento de los derechos ciudadanos, la calidad de vida y el descenso de la natalidad. En Japón y en algunos países de Europa el crecimiento se ha detenido y se mantiene constante y, en algunos casos, a la baja durante casi una década. La igualdad entre mujeres y hombres, el acceso equitativo a estudios y puestos de trabajo, reduciría considerablemente la natalidad, al introducir la novedosa variable de la capacidad de carga al contexto sociológico, que no es otra cosa que el equilibrio entre la vida social y laboral con la familiar. El acceso al bienestar y la igualdad, unidos a la planificación familiar y a los incentivos económicos, permitirán controlar el crecimiento y mejorar la calidad de vida de la población, disminuyendo notablemente la presión que nuestra especie ejerce sobre el planeta. A menor población, menor será nuestra huella ecológica.

El aumento de la población mundial es imparable. El planeta no podrá soportar por mucho más tiempo la presión.

En cuarto lugar, tendremos que volver la mirada al mar. Pocos saben de la importancia que tienen los océanos para el equilibrio climático global. Este desconocimiento ha llevado al ser humano a depredar y contaminar de manera insostenible los océanos, rompiendo su equilibrio interno y generando enormes cambios que interfieren en la termorregulación, la absorción adecuada de CO2 y la producción de oxígeno. Los océanos son responsables de la mitad del oxígeno que respiramos los seres vivos, cualquier cambio en las dinámicas internas, provocadas por las actividades humanas, puede generar cambios que nos afectarán directamente y de manera irreversible en un futuro cercano.

“El desarrollo de la piscicultura sostenible, basada en tecnologías adecuadas de alimentación, sería una alterna­tiva aceptable a las pesquerías oceánicas, siempre y cuando los insumos utilizados sean de origen vegetal y probadamente sostenibles”.

La creación de zonas reservadas marinas, que en extensión comprendan un tercio del total de los océanos, podrían asegurar las dinámicas de intercambio que se desarrollan en los ecosistemas marinos, pero también asegurar la alimentación de la población mundial, tal como lo propone el biólogo y naturalista David Attemborough en su último documental titulado Una vida en nuestro planeta, que por supuesto también recomiendo a nuestros lectores.

El desarrollo de la piscicultura sostenible, basada en tecnologías adecuadas, sería una alternativa acepta­ble a las pesquerías oceánicas, siempre y cuando los insumos utilizados para la elaboración del alimento fueran de origen vegetal y probadamente sostenibles. Este es un reto importante para la ciencia, ya que buena parte de la presión que se ejerce sobre los océanos viene de la industria de harina de pescado, que no solo sirve de insumo para los alimentos de peces, de agua salada o dulce, criados en cautiverio, sino que también es usada para alimentar otros animales. En la Amazonia peruana existen varias experiencias interesantes que utilizan alimentos balanceados con productos vegetales, un pequeño aporte amazónico para la conservación de nuestros océanos. Una piscicultura sostenible de este tipo permitiría también disminuir la presión ejercida sobre los ríos amazónicos, provocada por la demanda creciente en las grandes urbes de la Amazonia.

En quinto lugar, debemos recuperar el vínculo entre cultura y naturaleza, característico de las sociedades indíge­nas. La relación que establecen las culturas indígenas con sus entornos naturales todavía no es entendida por la cultura occidental, pero es fundamental para lograr la conservación de los bosques tropicales y de otros espacios naturales del planeta. Esta relación es evidente y se nos muestra de manera descamada cuando contemplamos como la degradación de los ecosistemas está vinculada a la pérdida de los conocimientos, valores y prácticas de los pueblos originarios. No podremos recuperar el tiempo perdido si no somos capaces de recuperar el respeto hacia estos ecosistemas, si no entablamos de nuevo el diálogo con la naturaleza y, contrariamente, seguimos pensando que somos seres ajenos a los procesos y dinámicas naturales que rigen el planeta. Entender este aspecto de nuestra relación con los ecosistemas naturales es una necesidad acuciante. La educación básica debe modificar sus objetivos centrales, formando jóvenes que sean respetuosos con sus entornos naturales y que no rechacen los valores transmitidos de generación en generación, ya que estos son la mejor garantía para la conservación y restauración de los ecosistemas naturales.

La pregunta es ¿queremos que nuestras futuras generaciones habiten en nuestro planeta?.

Ni que decir tiene que la conservación de las Áreas Naturales Protegidas por el Estado en nuestra Amazonia peruana es fundamental, debido a la importancia que tienen para el equilibrio climático global, pero también lo es la conservación de los territorios indígenas tradicionales que hoy en día no cuentan con algún grado de protección frente a las actividades ilegales que los amenazan La titulación de las comunidades ha parcelado los territorios indígenas volviendo a los ecosistemas que formaban parte del territorio natural y cultural de estos pueblos mucho más vulnerables. Algunos de estos ecosistemas tienen un gran valor ecológico para la humanidad, como los ecosistemas de turberas, que retienen grandes cantidades de carbono bajo sus suelos. La tarea es enorme y la voluntad política para lograr estos objetivos es necesaria.

Quizás, lo enumerado en las líneas precedentes invoque un nivel de altruismo demasiado elevado para una especie que ha llegado a la cúspide de la pirámide evolutiva gracias a su inteligencia y naturaleza competitiva, pero también gracias a la hostilidad y violencia con otras especies. El proceso no será fácil y estará cargado de avances y retrocesos, pero es la única vía que le queda a nuestra especie para poder sobrevivir en un planeta que ya alista todos sus anticuerpos contra nosotros.

© Manuel Martín Brañas – Dirección de Investigación en Sociedades Amazónicas – SOCIODIVERSIDAD.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

Weisman, A. 2008. El mundo sin nosotros. Buenos Aires, Ed. Debate. 428 p.
Wilson E. O. 2017. Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción. Madrid: Ed. Errata naturae. 318 p.
Attenborough, R. 2020. La vida en nuestro planeta. BBC. Documental Plataforma Netflix.

Attalea Administrador

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